Obras:Memoranda
De EnciclopediaGuanche
B. PÉREZ GALDÓS
- - - - - - - - - - - - - - -
MEMORANDA
- - - - - - - - - - - - - - -
Paco Navarro—La Reina Isabel
La casa de Shakespeare—Pereda—Cuarenta lenguas por
Cantabria—Clarín—Ferraras—Don Ramón de la Cruz
y su época—Niñerías—Soñemos, alma, soñemos—Rura
¿Más paciencia?—La República de las Letras
- - - -
1.000
- - - -
MADRID
PERLADO, PÁEZ Y COMPAÑÍA
(Sucesores de Hernando)
Arenal, 11
1906
- - - -
EST. TIP. DE LA VIUDA E HIJOS DE TELLO
IMPRESOR DE CÁMARA DE S. M.
C. de San Francisco, 4.
PACO NAVARRO1
I
Venimos á la conmemoración de Navarro Ledesma con el propósito de añadir á las honras académicas la ofrenda de nuestros corazones; queremos transmitir, así á las lejanías de ultratumba como á las esferas próximas y á toda la generación viva, los testimonios del cariño que profesábamos al grande ingenio, al hombre bueno y afable, cuya amistad fué una de las pocas flores que han embellecido y alegrado nuestra existencia. Aquí, donde la labor literaria es penosa, casi penal, y la pluma como un remo de galeras; donde los caminos son ásperos, difíciles, el fin de ellos nunca dispuesto para el reposo, la tarea inmensa, el provecho corto, insegura el aura del favor, apremiante y severo el exigir, voluble y frío el recompensar, no viviríamos si en esta carrera no nos alentase el afecto del amigo que á nuestro lado camina jadeante, y no compartiéramos con él, y él con nosotros, las breves alegrías y sinsabores largos que forman la trama vital en este oficio duro. Consagremos, pues, nuestros homenajes más fervientes al compañero y amigo, que pronto fué maestro; al modelador infatigable de formas literarias y forjador de armas para la crítica; al que en la lucha desplegó la más grande abnegación y constancia de que hay memoria, pues no cejó un solo instante ni conoció el descanso hasta que con súbita fatalidad se lo dió la muerte.
Mantengamos siempe viva la memoria de aquel atleta, ejemplo de increíble tenacidad en la labor del entendimiento. Trabajaba Navarro como si sobre él pesara una dura penitencia ó castigo impuestos por deidad inexorable. Era un español de la rama más linajuda y vigorosa, la rama ascética, que vive, alienta y muere dentro de la obligación que le imponen sus fines altruístas y espirituales, con doloroso sacrificio del sér propio. Y en su castizo españolismo se marcaba también claramente la progenie castellana, latina y humanista, que hace á los hombres estudiosos y alegres, ambiciosos de saber y gustosos de la hermosura clásica, así como del vivir ameno y dulce en el seno amoroso del bienestar y de la abundancia. Tal era el sér complejo de Navarro Ledesma: ascético para el trabajo, inflexible en los deberes, horaciano en el concepto de la vida modestamente cómoda y regalada sin exceso, en grata compañía de buenos y probados amigos. Su trato cariñoso, y su saber cada día mayor y más ameno, adquirido tanto en los libros como en el mundo, eran un bien demasiado hermoso ¡ay! para que durara.
Hombre de fecundísimo ingenio y cultura extensa, y además dotado de activa voluntad, había de tener pacto con el tiempo para que éste no le faltara en tantos y tan apremiantes quehaceres. Así, cuando acudió á merecer la cátedra del Instituto en ruda contienda, le vimos acopiar en meses toda la erudición crítica de las letras españolas desde los siglos remotos hasta nuestros días; y posteriormente, cuando ideó y emprendió su magno libro del Ingenioso Hidalgo Miguel de Cervantes, nos asobró la presteza con que el historiador, poeta y erudito, pudo apropiarse los materiales para el insigne monumento y aderezarlos con tan soberano arte y tanta destreza y gracia. Y el que en esta empresa colosal ponía su espíritu, aún reservaba una parte de él para desparramarla con increíble fecundidad en el sin fin de trabajos sueltos destinados á engalanar la prensa pequeña y la grande: juicios graves de sucesos públicos, apuntes críticos, comentarios chanceros de picante humorismo, flores diversas, ricas de color y frescura, con algún ramo de aliaga ó de ortigas.
Si maravillosa sería esta continuada emisión de ideas en una naturaleza que uniese al vigor mental el vigor físico, mayor admiración nos causa en el hombre que pasó sus años floridos agobiado por crueles dolencias. Los que le vimos en trances morbosos muy graves, acechado por la muerte, pudimos apreciar el gallardo tesón con que el enfermo se desprendía de los brazos del dolor para lanzarse con brío á los afanes de la vida mental. Y verdaderamente inaudito fué que, afligido el cuerpo de Navarro de complejos achaques, se mantuviera siempre su entendimiento equilibrado y fesco, y que sus ideas no revelaran pesimismo ni melancólica negrura, sino más bien vitalidad, esperanza y alegría. El hombre doliente se ocultaba bajo la exuberante lozanía de un ingenio siempre sereno. gracioso y fecundo. Nunca se vió un espíritu tan sano en cuerpo tan enfermo.
Por esta fortaleza de su grande espíritu pudo Navarro, en pocos años, recorrer toda la escala que de las tentativas juveniles conduce al magisterio literario y á los altos sitiales de la gloria. Glorioso fué el último año de su desgraciada vida, en el cual le vimos rehecho de sus quebrantos de salud, y al parecer bueno, y con alientos y cuerda para muchos años. Creyérase que la Naturaleza, al sentenciarle á muerte, quiso también que en breve tiempo y espacio diera el hermoso árbol sus flores más bellas y su fruto más sabroso. En el año que había de finalizar aquella preciosa existencia, llegaron las cualidades mentales de nuestro amigo á su máximo desarrollo y esplendor, su saber á la mayor riqueza de conocimientos, adquiridos en libros rancios y libros nuevos, en los viajes y en la sagaz observación de la vida. Enfocados aquellos días desde los presentes, creemos ver en el ocaso glorioso de Navarro Ledesma el sutil humorismo y la dulce tolerancia de los hombres que han vivido mucho y allegado todo el caudal que dan las lecturas y la experiencia, y se aproximan con serena majestad al último día de su existencia mortal. Hallábase en la plenitud de su talento; dominaba el campo inmenso de la Humanidad, y había llegado á poseer el reposo filosófico de los grandes viejos que esparcen toda su luz mental al derivar hacia la tumba. Sus teinta y cinco años decoraron su cabeza con nobles canas, y pusieron tempranamente en su rostro la sonrisa paternal.
No obstante, si por estar tan juntos el prodigioso libro de Cervantes y la muerte de su autor, vemos en la figura de éste la integral fructificación de un ingenio, hemos de reconocer que no nos dejó Navarro toda la substancia de su sér como poeta y erudito. A la otra vida se llevó hermosos planes, producto de juvenil ambición no satisfecha sino en muy pequeña parte. La muerte nos ha privado de una resurrección de Lope, no menos bella que la de Cervantes, pues, á juicio de Navarro, el creador del Teatro español nos dió en su vida el más intenso y humano de los dramas. Hemos perdido además un Hernán Cortés, héroe de la talla de los Césares y Alejandros por la diversidad de sus geniales aptitudes, y un Fermán González, figura que, como la del Cid, vemos con medio cuerpo en la leyenda y medio en la historia. Era ésta la primera jornada de sus nuevas empresas, y Navarro no tardó en acometerla, planeando aquel viaje á Burgos y su tierra el verano anterior, en los días del eclipse. Amigos cariñosos que le acompañaron han descrito con singular encanto la excursión á Covarrubias. Son páginas luminosas y tristes como la pintura de un ocaso brillante. Ansiaba Navarro examinar y conocer la tierra madre castellana, pues su viaje á Reinosa en el verano de 1904 apenas le dió una visión rápida de aquel país. El hijo de Toledo, hecho á la contemplación de la nueva Castilla y á sus monumentos y paisajes, deseaba completar su estudio de la vida española con la visita detenida de la Castilla atávica y austera. Es la Castilla del Tajo un poco más risueña que la del Duero, y en sus ciudades nos recrean la vista los graciosos monumentos mudejares y la opulencia plástica de los platerescos. Todo esto lo tenía Navarro bien grabado en su alma; mas ésta quería embelesarse en la contemplación de los admirables vestigios del arte románico. En la Literatura quería del mismo modo remontarse á los orígenes de las formas y de los hechos, pasar del drama á la epopeya, de las influencias italianas al principio genésico del alma española, el Romancero y la tierra dura que lo crió.
Hablaba de esto el insigne toldedano con entusiasmo candoroso, y su viva imaginación le anticipaba el deleite de recorrer los parajes por donde anduvieron Diego Porcellos, Fernán González y el Cid, y rastrear el ambiente en que moró la musa embrionaria del maestro Gonzalo de Berceo. Con tales estudios se preparaba para dar en el Ateneo un curso de Literatura de la Edad Media. Era una ilusión ardiente, como todas las suyas, y de ella dejó una impresión personal en la última de las cartas que formaron su larga correspondencia con el que esto escribe; cartas llenas de luz, de sinceridad, de gracejo, en las cuales se marcan y suceden todos los incidentes de su vida literaria, mezclándose con apreciaciones justísimas y con familiares desahogos.
En la última carta, escrita un mes antes de morir, se muestra fascinado por el horizonte de triunfos que ante sí veía. En ella estampó esta frase de engañoso júbilo: "Tengo muchos y grandes proyectos..." ¡Irónico epitafio, dictado por la ignorancia en que vivimos tocante al término de nuestra existencia! He aquí sus proyectos: "El Lope lo prepararé este invierno si los menesteres de la prensa me dejan respirar un poco. Luego quisiera hacer un libro más pequeño del Arcipreste, y otro de Don Alvaro de Luna. Además, proyecto una Historia de la Literatura Femenina Española, para sacar de su error á las gentes creídas de que en España las mujeres no han hecho nunca más que rezar y multiplicarse." Antes y después de estos planes frustrados por la Muerte, escribía conceptos donosos y originales acerca de su método escolar en las proyectadas conferencias. Hablando del itinerario que pensaba recorrer, tierras de Burgos y Zamora, después Sahagún, León, Carrión de los Condes, decía: "Yo quisiera que en todas las conferencias hubiese que emplear el aparato de proyecciones; meter las ideas á las gentes por los ojos, pues éstos son el único sentido despierto en España, gracias á las corridas de toros, donde la buena vista es lo principal (y también á los autos de fe). El oído ya está mucho más descuidado, como sentido posterior, progresivo y más intelectual. No podemos esperar gran cosa de la atención auditiva, por lo cual es preciso manejarse excitando la atención visual."
Termina con este tristísimo lamento que se desborda de su pecho oprimido, en el cual la labor cuotidiana no dejaba un solo aliento para el descanso: "Si tuviera salud y no me obligara la precisión de escribir cuatro ó cinco artículos diarios, me parece que podría realizar estos proyectos y algunos más; pero el arate cavate de todos los días me derrenga." Desgraciadamente abundan en nuestra tierra los derrengados en las diferentes artes, oficios y profesiones, los que nacen con el alma forjada para el sacrificio y los formidables deberes.
El pobre Paco era de éstos: su vida, lastimada por dolencias hondas, fué una lucha que á prueba ponía continuamente sus facultades portentosas. Lo que más en él nos maravillaba era que el incesante ejercicio del entendimiento no amenguara el vigor de sus concepciones ni desluciera la pureza y elegancia de su estilo. Ni un momento vimos que desmayara el poder de imaginación y de inteligencia, sostenido por una voluntad inflexible. Luchador de tal temple sólo por la Muerte podía ser derribado.
No más de quince años figuró el nombre de Navarro Ledesma en los anales vivos de nuestra Literatura. No recuerdo haber leído nada suyo antes del 90. El primer recuerdo que de su persona conservo se remonta á los meses que hube de pasar en Toledo, preparando la última parte de Angel Guerra. Las primeras cartas que de él recibí, ya de regreso en Madrid, me traían noticias y apuntes descriptivos de los Cigarrales; cartas deliciosas, llenas de amenidad y frescura, que podrá gustar el público si logramos compilar é imprimir un Epistolario completo de escritor tan interesante. Desde tales fechas hasta el [1]905, en que feneció aquella vida tan útil y gloriosa, vimos y admiramos el crecimiento continuo y la lozanía pródiga de su fecundo ingenio. Con igual aptitud y facilidad trataba la literatura y la política. En la crítica no tardó en ser maestro, y la sátira punzante tuvo en él aquí un verdadero creador. Pocos le han igualado en el vigor epigramático; pocos dispararon como él la flecha rapidísima, mojada en la punta con una gota de malicia, sin saña.
Trabajando de continuo en diversas tareas, emprendió el inmenso acopio de erudición para lidiar bravamente por la cátedra de Literatura en San Isidro. Ganada ésta, las ocupaciones profesionales no le apartaron del vertiginoso pensar y escribir para la Prensa sobre asuntos diversos, como si ello fuera un tributo ineludible ó penitencia impuesta por el Numen que rige las almas españolas. La salud del escritor infatigable se alteró gravemente: dentro de un cuerpo atormentado por insufribles perturbaciones, ardían un entendimiento y una fantasía consumiéndose en su propio fuego. Los trastornos fisiológicos no le rendían: seguía trabajando, y en una pausa ó respiro otorgados por las dolencias, concibió y ejecutó sus obras sintética, El Ingenioso Hidalgo Miguel de Cervantes, cifra y resumen de todos los trabajos del escritor en su no larga existencia, pues en dicho libro se contienen la erudición benedictina, la fortaleza del entendimiento, el vuelo de la fantasía, el lenguaje caudaloso, de infinita variedad y riqueza, y el don de amenidad, fruto del saber y del trato social. Es el libro integral, la flor espléndida de una vida laboriosa y angustiada. A la planta productora no le quedaron fuerzas para sobrevivir á la gestación de su obra inmortal.
Navarro Ledesma pudo pronunciar con el pensamiento ó con la palabra, en la hora de su muerte, el non omnis moriar. Bien sabía que su obra no ha de perecer... Ahora, esperemos que las generacion[e]s venideras tengan gratitud y memoria, y cuiden de no abandonar esta joya en el inmenso osario donde solemos malguardar las glorias patrias.
- Madrid, Enero de 1906.
1 No fué leido este artículo en la velada del Ateneo por apremios del tiempo, que dilataron su terminación.
LA REINA ISABEL
I
La primera vez que tuve el honor de visitar, en el palacio de la Avenida Kléber, á la Reina doña Isabel, me impuso la presencia de esta señora un adelado respeto, pues no es lo mismo tratar con majestades en las páginas de un libro ó en los cuadros de un museo, que verlas y oirlas, y tener que decirles algo, dando uno la cara, en visitas de carne y hueso, sujetas á inflexibles reglas ceremoniosas. Por mi gusto, me habría limitado á las fórmulas de cortesía y homenaje, tomando ó renglón seguido la puerta, sin intentar siquiera exponer el objeto de mi visita, el cual no era otro que solicitar de la Majestad que se dignase contar cosas y menudencias de su reinado, haciendo la historia que suena después de haber hecho la que palpita... Pero el embajador de España, mi amigo de la infancia, que era mi introductor y fiador mío en tal empresa, hombre muy hecho al trato de personas altas, me sacó de aquella turbación, y fácilmente expresó á la Reina el gusto que tendríamos de oir de sus labios memorias dulces y tristes de su tiempo azaroso. Con exquisita bondad acogió Isabel II la pretensión, y tratándome como á persona suya, que por suyos tuvo siempre á todos los españoles, me dijo: "Te contaré muchas cosas, muchas: unas para que las escribas... otras para que las sepas."
A los diez minutos de conversación, ya se había roto, no diré el hielo, porque no lo había, sino el macizo de mi perplejidad ante la alteza jerárquica de aquella señora, que más grande me parecía por desgraciada que por reina. Me aventuraba yo á formular preguntas acerca de su infancia, y ella con vena jovial refería los incidentes cómicos, los patéticos, con sencillez grave; á lo mejor su voz se entorpecía, su palabra buscaba un giro delicado que dejaba entrever agravios prescritos, ya borrados por el perdón. Hablaba doña Isabel un lenguaje claro y castizo, usando con frecuencia los modismos más fluidos y corrientes del castellano viejo, sin asomos de acento extranjero, y sin que ninguna idea exótica asomase por entre el tejido espeso de españolas ideas. Era su lenguaje propiamente burgués y rancio, sin arcaísmo; el idioma que hablaron las señoras bien educadas en la primera mitad del siglo anterior; bien educadas digo, no aristócratas. Se formó, sin duda, el habla de la Reina en el círculo de señoras, mestizas de nobleza y servidumbre, que debieron componer su habitual tertulia y trato en la infancia y en los comienzos del reinado. Eran sus ademanes nobles, sin la estirada distinción de la aristocracia modernizada, poco española, de rigidez inglesa, importadora de nuevas maneras y de nuevos estilos elegantes de no hacer nada y de menospreciar todas las cosas de esta tierra. La amabilidad de Isabel II tenía mucho de doméstica. La Nación era para ella una familia, propiamente la familia grande, que por su propia ilimitación permite que se le den y se le tomen todas las confianzas. En el trato con los españoles no acentuaba sino muy discretamente la diferencia de categorías, como si obligada se creyese á extender la majestad suya, y dar con ella cierto agasajo á todos los de la casa nacional.
Contó pasajes saladísimos de su infancia, marcando el contraste entre sus travesuras y la bondadosa austeridad de Quintana y Argüelles. Graciosos diálogos con Narváez refirió, sobre cuál de los dos tenía peor ortografía. Indudablemente, el General quedaba vencido en estas disputas, y así lo demostraba la Reina con textos que conservaba en su memoria y que repetía marcando las incorrecciones. En el curso de la conversación, para ella tan grata como para los que la escuchábamos, hacía con cuatro rasgos y una sencilla anécdota los retratos de Narváez, O'Donnell ó Espartero, figuras para ella tan familiares, que á veces le bastaba un calificativo para pintarlas magistralmente... Le oí referir su impresión, el 2 de Febrero del 52, al ver aproximarse á ella la terrible figura del clérigo Merino, impresión más de sorpresa que de espanto, y su inconsciencia de la trágica escena por el desvanecimiento que sufrió, efecto, más que de la herida, del griterío que estalló en torno suyo y del terror de los cortesanos. Algo dijo de la famosa escena con Olózaga en la cámara real en 1844; mas no con la puntualización de hechos y claridad descriptiva que habrían sido tan gratas á quien enfilaba el oído para no perder nada de tan amenas historias... Empleó más tiempo del preciso en describir los dulces que dió á don Salustiano para su hija, y la linda bolsa de seda que los contenía. Resultaba la historia un tanto caprichosa, clara en los pormenores y precedentes, obscura en el caso esencial y concreto, dejando entrever una versión distinta de las dos que corrieron, favorable la una, adversa la otra á la pobrecita Reina, que en la edad de las muñecas se veía en trances tan duros del juego político y constitucional, regidora de todo un pueblo, entre partidos fieros, implacables, y pasiones desbordadas.
Cuatro palabritas acerca del Ministerio Relámpago habrían sido el más rico manjar de aquel festín de Historia viva; pero no se presentó la narradora, en este singular caso, tan bien dispuesta á la confianza como en otros. Más generosa que sincera, amparó con ardientes elogios la memoria de la monja Patrocinio. "Era una mujer muy buena —nos dijo;—era una santa, y no se metía en política ni en cosas del Gobierno. Intervino, sí, en asuntos de mi familia, para que mi marido y yo hiciéramos las paces; pero nada más. La gente desocupada inventó mil catálogos, que han corrido por toda España y por todo el mundo... Cierto que aquel cambio de Ministerio fué una equivocación; pero al siguiente día quedó todo arreglado... Yo tenía entonces diez y nueve años... Este me aconsejaba una cosa, aquél otra, y luego venía un tercero que me decía: ni aquello ni esto debes hacer, sino lo de más allá... Pónganse ustedes en mi caso. Diez y nueve años y metida en un laberinto, por el cual tenía que andar palpando las paredes, pues no había luz que me guiara. Si alguno me encendía una luz, venía otro y me la apagaba..." Gustosa de tratar este tema, no se recató para decirnos cuán difíciles fueron para ella los comienzos de su reinado, expuesta á mil tropiezos por no tener á nadie que desinteresadamente le diera consejo y guía. "Los que podían hacerlo no sabían una palabra de arte de gobierno constitucional: eran cortesanos que sólo entendían de etiqueta, y como se tratara de política, no había quien les sacara del absolutismo. Los que eran ilustrados y sabían de constituciones y de todas estas cosas, no me aleccionaban sino en los casos que pudieran serles favorables, dejándome á obscuras si se trataba de algo que en mi buen conocimiento pudiera favorecer al contrario. ¿Qué había de hacer yo, jovencilla, reina á los catorce años, sin ningún freno en mi voluntad, con todo el dinero á mano para mis antojos y para darme el gusto de favorecer á los necesitados, no viendo al lado mío más que personas que se doblaban como cañas, ni oyendo más que voces de adulación que me aturdían? ¿Qué había de hacer yo?... Pónganse en mi caso..."
Puestos en su caso con el pensamiento, fácilmente llegábamos á la conclusión de que sólo siendo doña Isabel criatura sobrenatural, habría triunfado de tales obstáculos. Si yo hubiera tenido confianza y autoridad, habríame quizás atrevido á decirle: "¿Verdad, señora, que en la mente de Vuestra Majestad no entró jamás la idea del Estado? Entró, sí, la realeza, idea fácilmente adquirida en la propia cuna; pero el Estado, el invisible sér político de la Nación, expresado con formas de lenguaje antes que por pomposas galas que hablan exclusivamente á los ojos, rondaba el entendimiento de Vuestra Majestad, sin decidirse á entrar en él.