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{{encabezado|[[Obras:Doña Perfecta|Doña Perfecta]]<br><br>Capítulo VII <br>La desavenencia crece|[[Benito Pérez Galdós]]}}

<p>-Puede que creas -indic&oacute; do&ntilde;a Perfecta con ligero acento de vanidad-, que el Sr. D. Inocencio se va a quedar callado sin contestarte a todos y cada uno de esos puntos.</p>
<p>-&iexcl;Oh, no! -exclam&oacute; el can&oacute;nigo, arqueando las cejas-. No medir&eacute; yo mis escasas fuerzas con adalid tan valiente y al mismo tiempo tan bien armado. El Sr. D. Jos&eacute; lo sabe todo, es decir, tiene a su disposici&oacute;n todo el arsenal de las ciencias exactas. Bien s&eacute; que la doctrina que sustenta es falsa; pero yo no tengo talento ni elocuencia para combatirla. Emplear&iacute;a yo las armas del sentimiento; emplear&iacute;a argumentos teol&oacute;gicos, sacados de la revelaci&oacute;n, de la fe, de la palabra divina; pero &iexcl;ay!, el Sr. D. Jos&eacute;, que es un sabio eminente, se reir&iacute;a de la teolog&iacute;a, de la fe, de la revelaci&oacute;n, de los santos profetas, del Evangelio... Un pobre cl&eacute;rigo ignorante, un desdichado que no sabe matem&aacute;ticas, ni filosof&iacute;a alemana en que hay aquello de <em>yo</em> y <em>no yo</em>, un pobre d&oacute;mine que no sabe m&aacute;s que la ciencia de Dios y algo de poetas latinos no puede entrar en combate con estos bravos corifeos.</p>
<p>Pepe Rey prorrumpi&oacute; en francas risas.</p>
<p>-Veo que el Sr. D. Inocencio -dijo- ha tomado por lo serio estas majader&iacute;as que he dicho... Vaya, se&ntilde;or can&oacute;nigo, vu&eacute;lvanse ca&ntilde;as las lanzas y todo se acab&oacute;. Seguro estoy de que mis verdaderas ideas y las de Vd. no est&aacute;n en desacuerdo. Vd. es un var&oacute;n piadoso e instruido. Aqu&iacute; el ignorante soy yo. Si he querido bromear disp&eacute;nsenme todos: yo soy as&iacute;.</p>
<p>-Gracias -repuso el presb&iacute;tero visiblemente contrariado-. &iquest;Ahora salimos con esa? Bien s&eacute; yo, bien sabemos todos que las ideas que Vd. ha sustentado son las suyas. No pod&iacute;a ser de otra manera. Usted es el hombre del siglo. No puede negarse que su entendimiento es prodigioso, verdaderamente prodigioso. Mientras Vd. hablaba, yo, lo confieso ingenuamente, al mismo tiempo que en mi interior deploraba error tan grande, no pod&iacute;a menos de admirar lo sublime de la expresi&oacute;n, la prodigiosa facundia, el m&eacute;todo sorprendente de su raciocinio, la fuerza de los argumentos... &iexcl;Qu&eacute; cabeza, se&ntilde;ora do&ntilde;a Perfecta, qu&eacute; cabeza la de este joven sobrino de usted! Cuando estuve en Madrid y me llevaron al Ateneo, confieso que me qued&eacute; absorto al ver el asombroso ingenio que Dios ha dado a los ateos y protestantes.</p>
<p>-Sr. D. Inocencio -dijo do&ntilde;a Perfecta, mirando alternativamente a su sobrino y a su amigo- creo que Vd. al juzgar a este chico, traspasa los l&iacute;mites de la benevolencia... No te enfades, Pepe, ni hagas caso de lo que digo, por que yo ni soy sabia, ni fil&oacute;sofa, ni te&oacute;loga, pero me parece que el se&ntilde;or don Inocencio acaba de dar una prueba de su gran modestia y caridad cristiana, neg&aacute;ndose a apabullarte, como pod&iacute;a hacerlo, si hubiese querido...</p>
<p>-&iexcl;Se&ntilde;ora, por Dios! -murmur&oacute; el eclesi&aacute;stico.</p>
<p>-Si es lo que deseo -repuso Pepe riendo.</p>
<p>-&Eacute;l es as&iacute; -a&ntilde;adi&oacute; la se&ntilde;ora-. Siempre haci&eacute;ndose la mosquita muerta... Y sabe m&aacute;s que los cuatro doctores. &iexcl;Ay, Sr. D. Inocencio, qu&eacute; bien le sienta a Vd. el nombre que tiene! Pero no se nos venga ac&aacute; con humildades importunas. Si mi sobrino no tiene pretensiones... Si &eacute;l sabe lo que le han ense&ntilde;ado y nada m&aacute;s... Si ha aprendido el error, &iquest;qu&eacute; m&aacute;s puede desear sino que Vd. le ilustre y le saque del infierno de sus mentirosas doctrinas?</p>
<p>-Justamente, no deseo otra cosa, sino que el se&ntilde;or Penitenciario me saque... -murmur&oacute; Pepe, comprendiendo que sin quererlo se hab&iacute;a metido en un laberinto.</p>
<p>-Yo soy un pobre cl&eacute;rigo que no sabe m&aacute;s que la ciencia antigua -repuso D. Inocencio-. Reconozco el inmenso valer cient&iacute;fico mundano del Sr. D. Jos&eacute;, y ante tan brillante or&aacute;culo, callo y me postro.</p>
<p>Diciendo esto, el can&oacute;nigo cruzaba ambas manos sobre el pecho, inclinando la cabeza. Pepe Rey estaba un si es no es turbado a causa del giro que diera su t&iacute;a a una vana disputa festiva en la que tom&oacute; parte tan s&oacute;lo por acalorar un poco la conversaci&oacute;n. Crey&oacute; prudente poner punto en tan peligroso tratado, y con este fin dirigi&oacute; una pregunta al se&ntilde;or D. Cayetano, cuando este, despertando del vaporoso letargo que tras los postres le sobrevino, ofrec&iacute;a a los comensales los indispensables palillos clavados en un pavo de porcelana que hac&iacute;a la rueda.</p>
<p>-Ayer he descubierto una mano empu&ntilde;ando el asa de un &aacute;nfora en la cual hay varios signos hier&aacute;ticos. Te la ense&ntilde;ar&eacute; -dijo D. Cayetano, gozoso de plantear un tema de su predilecci&oacute;n.</p>
<p>-Supongo que el se&ntilde;or de Rey ser&aacute; tambi&eacute;n muy experto en cosas de arqueolog&iacute;a -indic&oacute; el can&oacute;nigo, que siempre implacable, corr&iacute;a tras su v&iacute;ctima, sigui&eacute;ndola hasta su m&aacute;s escondido refugio.</p>
<p>-Por supuesto -dijo do&ntilde;a Perfecta-. &iquest;De qu&eacute; no entender&aacute;n estos despabilados ni&ntilde;os del d&iacute;a? Todas las ciencias las llevan en las puntas de los dedos. Las universidades y las academias les instruyen de todo en un periquete d&aacute;ndoles patentes de sabidur&iacute;a.</p>
<p>-&iexcl;Oh!, eso es injusto -repuso el can&oacute;nigo, observando la penosa impresi&oacute;n que manifestaba el semblante del ingeniero.</p>
<p>-Mi t&iacute;a tiene raz&oacute;n -afirm&oacute; Pepe-. Hoy aprendemos un poco de todo, y salimos de las escuelas con rudimentos de diferentes estudios.</p>
<p>-Dec&iacute;a -a&ntilde;adi&oacute; el can&oacute;nigo- que ser&aacute; Vd. un gran arque&oacute;logo.</p>
<p>-No s&eacute; una palabra de esa ciencia -repuso el joven-. Las ruinas son ruinas, y nunca me ha gustado empolvarme en ellas.</p>
<p>D. Cayetano hizo una mueca muy expresiva.</p>
<p>-No es esto condenar la arqueolog&iacute;a -dijo vivamente el sobrino de do&ntilde;a Perfecta, advirtiendo con dolor que no pronunciaba una palabra sin herir a alguien-. Bien s&eacute; que del polvo sale la historia. Esos estudios son preciosos y util&iacute;simos.</p>
<p>-Usted -observ&oacute; el Penitenciario, meti&eacute;ndose el palillo en la &uacute;ltima muela- se inclinar&aacute; m&aacute;s a los estudios de controversia. Ahora se me ocurre una excelente idea, Sr. D. Jos&eacute;. Vd. debiera ser abogado.</p>
<p>-La abogac&iacute;a es una profesi&oacute;n que aborrezco -replic&oacute; Pepe Rey-. Conozco abogados muy respetables, entre ellos a mi padre, que es el mejor de los hombres. A pesar de tan buen ejemplo, en mi vida me hubiera sometido a ejercer una profesi&oacute;n que consiste en defender lo mismo en pro que en contra de las cuestiones. No conozco error, ni preocupaci&oacute;n, ni ceguera m&aacute;s grande que el empe&ntilde;o de las familias en inclinar a la mejor parte de la juventud a la abogac&iacute;a. La primera y m&aacute;s terrible plaga de Espa&ntilde;a es la turbamulta de j&oacute;venes abogados, para cuya existencia es necesario una fabulosa cantidad de pleitos. Las cuestiones se multiplican en proporci&oacute;n de la demanda. Aun as&iacute;, much&iacute;simos se quedan sin trabajo, y como un se&ntilde;or jurisconsulto no puede tomar el arado ni sentarse al telar, de aqu&iacute; proviene ese brillante escuadr&oacute;n de holgazanes llenos de pretensiones que fomentan la empleoman&iacute;a, perturban la pol&iacute;tica, agitan la opini&oacute;n y engendran las revoluciones. De alguna parte han de comer. Mayor desgracia ser&iacute;a que hubiera pleitos para todos.</p>
<p>-Pepe, por Dios, mira lo que hablas -dijo do&ntilde;a Perfecta, con marcado tono de severidad-. Pero disp&eacute;nsele Vd., Sr. D. Inocencio... porque &eacute;l ignora que Vd. tiene un sobrinito el cual, aunque reci&eacute;n salido de la Universidad, es un portento en la abogac&iacute;a.</p>
<p>-Yo hablo en t&eacute;rminos generales -manifest&oacute; Pepe con firmeza-. Siendo, como soy, hijo de un abogado ilustre, no puedo desconocer que algunas personas ejercen esta noble profesi&oacute;n con verdadera gloria.</p>
<p>-No... si mi sobrino es un chiquillo todav&iacute;a -dijo el can&oacute;nigo, afectando humildad-. Muy lejos de mi &aacute;nimo afirmar que es un prodigio de saber, como el Sr. de Rey. Con el tiempo qui&eacute;n sabe... Su talento no es brillante ni seductor. Por supuesto, las ideas de Jacintito son s&oacute;lidas, su criterio sano; lo que sabe lo sabe a macha martillo. No conoce sofister&iacute;as ni palabras huecas...</p>
<p>Pepe Rey parec&iacute;a cada vez m&aacute;s inquieto. La idea de que sin quererlo, estaba en contradicci&oacute;n con las ideas de los amigos de su t&iacute;a, le mortificaba, y resolvi&oacute; callar por temor a que &eacute;l y D. Inocencio concluyeran tir&aacute;ndose los platos a la cabeza. Felizmente el esquil&oacute;n de la catedral, llamando a los can&oacute;nigos a la importante tarea del coro, le sac&oacute; de situaci&oacute;n tan penosa. Levantose el venerable var&oacute;n y se despidi&oacute; de todos, mostr&aacute;ndose con Pepe tan lisonjero, tan amable, cual si la amistad m&aacute;s &iacute;ntima desde largo tiempo les uniera. El can&oacute;nigo, despu&eacute;s de ofrecerse para servirle en todo, le prometi&oacute; presentarle a su sobrino, a fin de que este le acompa&ntilde;ase a ver la poblaci&oacute;n, y le dijo las expresiones m&aacute;s cari&ntilde;osas, dign&aacute;ndose agraciarle al salir con una palmadita en el hombro. Pepe Rey aceptando con gozo aquellas f&oacute;rmulas de concordia, vio, sin embargo, el cielo abierto cuando el sacerdote sali&oacute; del comedor y de la casa.</p>

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