Ver el código de «Obras:Doña Perfecta : 11»

{{encabezado|[[Obras:Doña Perfecta|Doña Perfecta]]<br><br>Capítulo XI <br>La discordia crece|[[Benito Pérez Galdós]]}}

<p>En los d&iacute;as sucesivos, Rey hizo conocimiento con varias personas de la poblaci&oacute;n y visit&oacute; el Casino, trabando amistades con algunos individuos de los que pasaban la vida en las salas de aquella corporaci&oacute;n.</p>
<p>Pero la juventud de Orbajosa no viv&iacute;a constantemente all&iacute;, como podr&aacute; suponer la malevolencia. Ve&iacute;anse por las tardes en la esquina de la catedral y en la plazoleta formada por el cruce de las calles del Condestable y la Triper&iacute;a, algunos caballeros que gallardamente envueltos en sus capas, estaban como de centinela viendo pasar la gente. Si el tiempo era bueno, aquellas eminentes lumbreras de la cultura <em>urbsaugustense</em> se dirig&iacute;an, siempre con la indispensable capita, al titulado paseo de las Descalzas, el cual se compon&iacute;a de dos hileras de t&iacute;sicos olmos y algunas retamas descoloridas. All&iacute; la brillante pl&eacute;yade atisbaba a las ni&ntilde;as de D. Fulano o de don Perencejo, que tambi&eacute;n hab&iacute;an ido a paseo, y la tarde se pasaba regularmente. Entrada la noche, el Casino se llenaba de nuevo, y mientras una parte de los socios entregaba su alto entendimiento a las delicias del monte, los otros le&iacute;an peri&oacute;dicos, y los m&aacute;s discut&iacute;an en la sala del caf&eacute; sobre asuntos de diversa &iacute;ndole, como pol&iacute;tica, caballos, toros o bien sobre chismes locales. El resumen de todos los debates era siempre la supremac&iacute;a de Orbajosa y de sus habitantes sobre los dem&aacute;s pueblos y gentes de la tierra.</p>
<p>Eran aquellos varones insignes lo m&aacute;s granado de la ilustre ciudad, propietarios ricos los unos, pobr&iacute;simos los otros; pero libres de altas aspiraciones todos. Ten&iacute;an la imperturbable serenidad del mendigo, que nada apetece mientras no le falta un mendrugo para enga&ntilde;ar al hambre y el sol para calentarse. Lo que principalmente distingu&iacute;a a los orbajosenses del Casino era un sentimiento de viva hostilidad hacia todo lo que de fuera viniese. Y siempre que alg&uacute;n forastero de viso se presentaba en las augustas salas, cre&iacute;anle venido a poner en duda la superioridad de la patria del ajo, o a disputarle por envidia las preeminencias incontrovertibles que Natura le concediera.</p>
<p>Cuando Pepe Rey se present&oacute;, recibi&eacute;ronle con cierto recelo, y como en el Casino abundaba la gente graciosa, al cuarto de hora de estar all&iacute; el nuevo socio, ya se hab&iacute;an dicho acerca de &eacute;l toda suerte de cuchufletas. Cuando a las reiteradas preguntas de los socios contest&oacute; que hab&iacute;a venido a Orbajosa con encargo de explorar la cuenca hullera del Nahara y estudiar un camino, todos convinieron en que el Sr. D. Jos&eacute; era un fatuo que quer&iacute;a darse tono inventando criaderos de carb&oacute;n y v&iacute;as f&eacute;rreas. Alguno a&ntilde;adi&oacute;:</p>
<p>-Pero en buena parte se ha metido. Estos se&ntilde;ores sabios creen que aqu&iacute; somos tontos y que se nos enga&ntilde;a con palabrotas... Ha venido a casarse con la ni&ntilde;a de do&ntilde;a Perfecta, y cuanto diga de cuencas hulleras es para echar facha.</p>
<p>-Pues esta ma&ntilde;ana -indic&oacute; otro, que era un comerciante quebrado- me dijeron en casa de las de Dom&iacute;nguez que ese se&ntilde;or no tiene una peseta, y viene a que do&ntilde;a Perfecta le mantenga y a ver si puede pescar a Rosarito.</p>
<p>-Parece que ni es tal ingeniero, ni cosa que lo valga -a&ntilde;adi&oacute; un propietario de olivos, que ten&iacute;a empe&ntilde;adas sus fincas por el doble de lo que val&iacute;an-. Pero ya se ve... Estos hambrientos de Madrid se creen autorizados para enga&ntilde;ar a los pobres provincianos, y como creen que aqu&iacute; andamos con taparrabo, amigo...</p>
<p>-Bien se le conoce que tiene hambre.</p>
<p>-Pues entre bromas y veras nos dijo anoche que somos unos b&aacute;rbaros holgazanes.</p>
<p>-Que vivimos como los beduinos, tomando el sol.</p>
<p>-Que viv&iacute;amos con la imaginaci&oacute;n.</p>
<p>-Eso es: que vivimos con la imaginaci&oacute;n.</p>
<p>-Y que esta ciudad era lo mismito que las de Marruecos.</p>
<p>-Hombre: no hay paciencia para o&iacute;r eso. &iquest;D&oacute;nde habr&aacute; visto &eacute;l (como no sea en Par&iacute;s) una calle semejante a la del Condestable, que presenta un frente de siete casas alineadas, todas magn&iacute;ficas, desde la de do&ntilde;a Perfecta a la de Nicolasito Hern&aacute;ndez?... Se figuran estos canallas que uno no ha visto nada, ni ha estado en Par&iacute;s...</p>
<p>-Tambi&eacute;n dijo con mucha delicadeza que Orbajosa era un pueblo de mendigos, y dio a entender que aqu&iacute; vivimos en la mayor miseria sin darnos cuenta de ello.</p>
<p>-&iexcl;V&aacute;lgame Dios!, si me lo llega a decir a m&iacute;, hay un esc&aacute;ndalo en el Casino -exclam&oacute; el recaudador de contribuciones-. &iquest;Por qu&eacute; no le dijeron la cantidad de arrobas de aceite que produjo Orbajosa el a&ntilde;o pasado? &iquest;No sabe ese est&uacute;pido que en a&ntilde;os buenos Orbajosa da pan para toda Espa&ntilde;a y aun para toda Europa? Verdad es que ya llevamos no s&eacute; cu&aacute;ntos a&ntilde;os de mala cosecha; pero eso no es ley. &iquest;Pues y la cosecha del ajo? &iquest;A que no sabe ese se&ntilde;or que los ajos de Orbajosa dejaron bizcos a los se&ntilde;ores del jurado en la exposici&oacute;n de [[Londres]]?</p>
<p>Estos y otros di&aacute;logos se o&iacute;an en las salas del Casino por aquellos d&iacute;as. A pesar de estas hablillas tan comunes en los pueblos peque&ntilde;os, que por lo mismo que son enanos suelen ser soberbios, Rey no dej&oacute; de encontrar amigos sinceros en la docta corporaci&oacute;n, pues ni todos eran maldicientes ni faltaban all&iacute; personas de buen sentido. Pero ten&iacute;a nuestro joven la desgracia, si desgracia puede llamarse, de manifestar sus impresiones con inusitada franqueza, y esto le atrajo algunas antipat&iacute;as.</p>
<p>Iban pasando d&iacute;as. Adem&aacute;s del disgusto natural que las costumbres de la ciudad episcopal le produc&iacute;an, diversas causas todas desagradables empezaban a desarrollar en su &aacute;nimo honda tristeza, siendo de notar principalmente, entre aquellas causas, la turba de pleiteantes que cual enjambre voraz se arroj&oacute; sobre &eacute;l.</p>
<p>No era s&oacute;lo el t&iacute;o Licurgo, sino otros muchos colindantes los que le reclamaban da&ntilde;os y perjuicios, o bien le ped&iacute;an cuentas de tierras administradas por su abuelo. Tambi&eacute;n le presentaron una demanda por no s&eacute; qu&eacute; contrato de aparcer&iacute;a que celebr&oacute; su madre y no fue al parecer cumplido, y asimismo le exigieron el reconocimiento de una hipoteca sobre las tierras de <em>Alamillos</em>, hecha en extra&ntilde;o documento por su t&iacute;o. Era un hormiguero una inmunda gusanera de pleitos. Hab&iacute;a hecho prop&oacute;sito de renunciar a la propiedad de sus fincas; pero entre tanto su dignidad le obligaba a no ceder ante las marruller&iacute;as de los sagaces palurdos; y como el Ayuntamiento le reclam&oacute; tambi&eacute;n por supuesta confusi&oacute;n de su finca con un inmediato monte de Propios, viose el desgraciado joven en el caso de tener que disipar las dudas que acerca de su derecho surg&iacute;an a cada paso. Su honra estaba comprometida, y no hab&iacute;a otro remedio que pleitear o morir.</p>
<p>Hab&iacute;ale prometido do&ntilde;a Perfecta en su magnanimidad ayudarle a salir de tan torpes l&iacute;os por medio de un arreglo amistoso; pero pasaban d&iacute;as y los buenos oficios de la ejemplar se&ntilde;ora no daban resultado alguno. Crec&iacute;an los pleitos con la amenazadora presteza de una enfermedad fulminante. Pepe Rey pasaba largas horas del d&iacute;a en el juzgado dando declaraciones, contestando a preguntas y a repreguntas, y cuando se retiraba a su casa, fatigado y col&eacute;rico, ve&iacute;a aparecer la afilada y grotesca car&aacute;tula del escribano, que le tra&iacute;a regular porci&oacute;n de papel sellado lleno de horribles f&oacute;rmulas... para que fuese estudiando la cuesti&oacute;n.</p>
<p>Se comprende que aquel no era hombre a prop&oacute;sito para sufrir tales reveses, pudiendo evitarlos con la ausencia. Represent&aacute;base en su imaginaci&oacute;n a la noble ciudad de su madre como una horrible bestia que en &eacute;l clavaba sus feroces u&ntilde;as y le beb&iacute;a la sangre. Para librarse de ella bast&aacute;bale, seg&uacute;n su creencia, la fuga; pero un inter&eacute;s profundo, como inter&eacute;s del coraz&oacute;n, le deten&iacute;a, at&aacute;ndole a la pe&ntilde;a de su martirio con lazos muy fuertes. Sin embargo, lleg&oacute; a sentirse tan fuera de su centro, lleg&oacute; a verse tan extranjero, dig&aacute;moslo as&iacute;, en aquella tenebrosa ciudad de pleitos, de antiguallas, de envidia y de maledicencia, que hizo prop&oacute;sito de abandonarla sin dilaci&oacute;n, insistiendo al mismo tiempo en el proyecto que a ella le condujera. Una ma&ntilde;ana, encontrando ocasi&oacute;n a prop&oacute;sito, formul&oacute; su plan ante do&ntilde;a Perfecta.</p>
<p>-Sobrino m&iacute;o -repuso esta con su acostumbrada dulzura-: no seas arrebatado. Vaya, que pareces de fuego. Lo mismo era tu padre &iexcl;qu&eacute; hombre! Eres una centella... Ya te he dicho que con much&iacute;simo gusto te llamar&eacute; hijo m&iacute;o. Aunque no tuvieras las buenas cualidades y el talento que te distinguen (salvo los defectillos, que tambi&eacute;n los hay); aunque no fueras un excelente joven, basta que esta uni&oacute;n haya sido propuesta por tu padre, a quien tanto debe mi hija y yo, para que la acepte. Rosario no se opondr&aacute; tampoco, queri&eacute;ndolo yo. &iquest;Qu&eacute; falta, pues? Nada; no falta nada m&aacute;s que un poco tiempo. No se puede hacer el casamiento con la precipitaci&oacute;n que t&uacute; deseas, y que dar&iacute;a lugar a interpretaciones, quiz&aacute;s desfavorables a la honra de mi querida hija... Vaya, que t&uacute; como no piensas m&aacute;s que en m&aacute;quinas, todo lo quieres hacer al vapor. Espera, hombre, espera... &iquest;qu&eacute; prisa tienes? Ese aborrecimiento que le has cogido a nuestra pobre Orbajosa es un capricho. Ya se ve: no puedes vivir sino entre condes y marqueses y oradores y diplom&aacute;ticos... &iexcl;Quieres casarte y separarme de mi hija para siempre! -a&ntilde;adi&oacute; enjug&aacute;ndose una l&aacute;grima-. Ya que as&iacute; es, inconsiderado joven, ten al menos la caridad de retardar alg&uacute;n tiempo esa boda que tanto deseas... &iexcl;Qu&eacute; impaciencia! &iexcl;Qu&eacute; amor tan fuerte! No cre&iacute; que una pobre lugare&ntilde;a como mi hija inspirase pasiones tan volc&aacute;nicas.</p>
<p>No convencieron a Pepe Rey los razonamientos de su t&iacute;a; pero no quiso contrariarla. Resolvi&oacute;, pues, esperar cuanto le fuese posible. Una nueva causa de disgustos uniose bien pronto a los que ya amargaban su existencia. Hac&iacute;a dos semanas que estaba en Orbajosa, y durante este tiempo no hab&iacute;a recibido ninguna carta de su padre. No pod&iacute;a achacar esto a descuidos de la administraci&oacute;n de correos de Orbajosa, porque siendo el funcionario encargado de aquel servicio amigo y protegido de do&ntilde;a Perfecta, esta le recomendaba diariamente el mayor cuidado para que las cartas dirigidas a su sobrino no se extraviasen. Tambi&eacute;n iba a la casa el conductor de la correspondencia, llamado Crist&oacute;bal Ramos, por apodo Caballuco, personaje a quien ya conocimos, y a este sol&iacute;a dirigir do&ntilde;a Perfecta amonestaciones y reprimendas tan en&eacute;rgicas como la siguiente:</p>
<p>-&iexcl;Bonito servicio de correos ten&eacute;is!... &iquest;C&oacute;mo es que mi sobrino no ha recibido una sola carta desde que est&aacute; en Orbajosa?... Cuando la conducci&oacute;n de la correspondencia corre a cargo de semejante tarambana, &iexcl;c&oacute;mo han de andar las cosas! Yo le hablar&eacute; al se&ntilde;or Gobernador de la provincia para que mire bien qu&eacute; clase de gente pone en la administraci&oacute;n.</p>
<p>Caballuco alzando los hombros, miraba a Rey con expresi&oacute;n de la m&aacute;s completa indiferencia. Un d&iacute;a entr&oacute; con un pliego en la mano.</p>
<p>-&iexcl;Gracias a Dios! -dijo do&ntilde;a Perfecta a su sobrino-. Ah&iacute; tienes cartas de tu padre. Regoc&iacute;jate, hombre. Buen susto nos hemos llevado por la pereza de mi se&ntilde;or hermano en escribir... &iquest;Qu&eacute; dice?, est&aacute; bueno sin duda -a&ntilde;adi&oacute; al ver que Pepe Rey abr&iacute;a el pliego con febril impaciencia.</p>
<p>El ingeniero se puso p&aacute;lido al recorrer las primeras l&iacute;neas.</p>
<p>-&iexcl;Jes&uacute;s, Pepe... qu&eacute; tienes! -exclam&oacute; la se&ntilde;ora, levant&aacute;ndose con zozobra-. &iquest;Est&aacute; malo tu pap&aacute;?</p>
<p>-Esta carta no es de mi padre -repuso Pepe, revelando en su semblante la mayor consternaci&oacute;n.</p>
<p>-&iquest;Pues qu&eacute; es eso?...</p>
<p>-Una orden del ministerio de Fomento, en que se me releva del cargo que me confiaron...</p>
<p>-&iexcl;C&oacute;mo... es posible!</p>
<p>-Una destituci&oacute;n pura y simple, redactada en t&eacute;rminos muy poco lisonjeros para m&iacute;.</p>
<p>-&iquest;Hase visto mayor picard&iacute;a? -exclam&oacute; la se&ntilde;ora, volviendo de su estupor.</p>
<p>-&iexcl;Qu&eacute; humillaci&oacute;n! -murmur&oacute; el joven-. Es la primera vez en mi vida que recibo un desaire semejante.</p>
<p>-&iexcl;Pero ese Gobierno no tiene perd&oacute;n de Dios! &iexcl;Desairarte a ti! &iquest;Quieres que yo escriba a Madrid? Tengo all&aacute; buenas relaciones y podr&eacute; conseguir que el Gobierno repare esa falta brutal y te d&eacute; una satisfacci&oacute;n.</p>
<p>-Gracias, se&ntilde;ora, no quiero recomendaciones -replic&oacute; el joven con displicencia.</p>
<p>-&iexcl;Es que se ven unas injusticias; unos atropellos!... &iexcl;Destituir as&iacute; a un joven de tanto m&eacute;rito, a una eminencia cient&iacute;fica...! Vamos; si no puedo contener la c&oacute;lera.</p>
<p>-Yo averiguar&eacute; -dijo Pepe, con la mayor energ&iacute;a- qui&eacute;n se ocupa de hacerme da&ntilde;o...</p>
<p>-Ese se&ntilde;or ministro... Pero de estos politiquejos infames &iquest;qu&eacute; se puede esperarse?</p>
<p>-En Orbajosa hay alguien que se ha propuesto hacerme morir de desesperaci&oacute;n -afirm&oacute; el joven visiblemente alterado-. Esto no es obra del ministro, esta y otras contrariedades que experimento son resultado de un plan de venganza, de un c&aacute;lculo desconocido, de una enemistad irreconciliable; y este plan, este c&aacute;lculo, esta enemistad, no lo dude Vd., querida t&iacute;a, est&aacute;n aqu&iacute;, est&aacute;n en Orbajosa.</p>
<p>-T&uacute; te has vuelto loco -replic&oacute; do&ntilde;a Perfecta, demostrando un sentimiento semejante a la compasi&oacute;n-. &iquest;Que tienes enemigos en Orbajosa? &iquest;Que alguien quiere vengarse de ti? Vamos, Pepe, t&uacute; has perdido el juicio. Las lecturas de esos libros en que se dice que tenemos por abuelos a los monos o a las cotorras, te han trastornado la cabeza.</p>
<p>Sonri&oacute; con dulzura al decir la &uacute;ltima frase, y despu&eacute;s, tomando un tono de familiar y cari&ntilde;osa amonestaci&oacute;n, a&ntilde;adi&oacute;:</p>
<p>-Hijo m&iacute;o, los habitantes de Orbajosa seremos palurdos y toscos labriegos sin instrucci&oacute;n, sin finura ni buen tono; pero a lealtad y buena fe no nos gana nadie, nadie, pero nadie.</p>
<p>-No crea Vd. -dijo Pepe- que acuso a las personas de esta casa. Pero sostengo que en la ciudad est&aacute; mi implacable y fiero enemigo.</p>
<p>-Deseo que me ense&ntilde;es ese traidor de melodrama -repuso la se&ntilde;ora, sonriendo de nuevo-. Supongo que no acusar&aacute;s a Licurgo ni a los dem&aacute;s que te han puesto pleito, porque los pobrecitos creen defender su derecho. Y entre par&eacute;ntesis, no les falta raz&oacute;n en el caso presente. Adem&aacute;s el t&iacute;o Lucas te quiere mucho. As&iacute; mismo me lo ha dicho. Desde que te conoci&oacute;, dice que le entraste por el ojo derecho, y el pobre viejo te ha puesto un cari&ntilde;o...</p>
<p>-&iexcl;S&iacute;... profundo cari&ntilde;o! -murmur&oacute; el joven.</p>
<p>-No seas tonto -a&ntilde;adi&oacute; la se&ntilde;ora, poni&eacute;ndole la mano en el hombro y mir&aacute;ndole de cerca-. No pienses disparates y conv&eacute;ncete de que tu enemigo, si existe, est&aacute; en Madrid, en aquel centro de corrupci&oacute;n, de envidia y rivalidades, no en este pac&iacute;fico y sosegado rinc&oacute;n, donde todo es buena voluntad y concordia... Sin duda alg&uacute;n envidioso de tu m&eacute;rito... Te advierto una cosa, y es, que si quieres ir all&aacute; para averiguar la causa de este desaire y pedir explicaciones al Gobierno, no dejes de hacerlo por nosotras.</p>
<p>Pepe Rey fij&oacute; los ojos en el semblante de su t&iacute;a, cual si quisiera escudri&ntilde;arla hasta en lo m&aacute;s escondido de su alma.</p>
<p>-Digo que si quieres ir, no dejes de hacerlo -repiti&oacute; la se&ntilde;ora con calma admirable, confundi&eacute;ndose en la expresi&oacute;n de su semblante la naturalidad con la honradez m&aacute;s pura.</p>
<p>-No, se&ntilde;ora -repiti&oacute; Pepe-. No pienso ir all&aacute;.</p>
<p>-Mejor; esa es tambi&eacute;n mi opini&oacute;n. Aqu&iacute; est&aacute;s m&aacute;s tranquilo, a pesar de las cavilaciones con que te est&aacute;s atormentando. &iexcl;Pobre Pepillo! Tu entendimiento, tu descomunal entendimiento, es la causa de tu desgracia. Nosotros, los de Orbajosa, pobres aldeanos r&uacute;sticos, vivimos felices en nuestra ignorancia. Yo siento mucho que no est&eacute;s contento. &iquest;Pero es culpa m&iacute;a que te aburras y desesperes sin motivo? &iquest;No te trato como a un hijo? &iquest;No te he recibido como la esperanza de mi casa? &iquest;Puedo hacer m&aacute;s por ti? Si a pesar de eso, no nos quieres, si nos muestras tanto despego, si te burlas de nuestra religiosidad, si haces desprecios a nuestros amigos, &iquest;es acaso porque no te tratemos bien?</p>
<p>Los ojos de do&ntilde;a Perfecta se humedecieron.</p>
<p>-Querida t&iacute;a -dijo Rey, sintiendo que se disipaba su encono-. Tambi&eacute;n yo he cometido algunas faltas desde que soy hu&eacute;sped de esta casa.</p>
<p>-No seas tonto... &iexcl;Qu&eacute; faltas ni faltas! Entre personas de la misma familia todo se perdona.</p>
<p>-Pero Rosario &iquest;d&oacute;nde est&aacute;? -pregunt&oacute; el joven levant&aacute;ndose-. &iquest;Tampoco la ver&eacute; hoy?</p>
<p>-Est&aacute; mejor. &iquest;Sabes que no ha querido bajar?</p>
<p>-Subir&eacute; yo.</p>
<p>-Hombre, no. Esa ni&ntilde;a tiene unas terquedades... Hoy se ha empe&ntilde;ado en no salir de su cuarto. Se ha encerrado por dentro.</p>
<p>-&iexcl;Qu&eacute; rareza!</p>
<p>-Se le pasar&aacute;. Seguramente se le pasar&aacute;. Veremos si esta noche le quitamos de la cabeza sus ideas melanc&oacute;licas. Organizaremos una tertulia que la divierta. &iquest;Por qu&eacute; no te vas a casa del Sr. D. Inocencio y le dices que venga por ac&aacute; esta noche y que traiga a Jacintillo?</p>
<p>-&iexcl;A Jacintillo!</p>
<p>-S&iacute;, cuando a Rosario le dan estos accesos de melancol&iacute;a, ese jovencito es el &uacute;nico que la distrae.</p>
<p>-Pero yo subir&eacute;...</p>
<p>-Hombre, no.</p>
<p>-Cuidado que hay etiquetas en esta casa.</p>
<p>-T&uacute; te est&aacute;s burlando de nosotros. Haz lo que te digo.</p>
<p>-Pues quiero verla.</p>
<p>-Pues no. &iexcl;Qu&eacute; mal conoces a la ni&ntilde;a!</p>
<p>-Yo cre&iacute; conocerla bien... Bueno, me quedar&eacute;... Pero esta soledad es horrible.</p>
<p>-Ah&iacute; tienes al se&ntilde;or escribano.</p>
<p>-Maldito sea &eacute;l mil veces.</p>
<p>-Y me parece que ha entrado tambi&eacute;n el se&ntilde;or procurador... es un excelente sujeto.</p>
<p>-As&iacute; le ahorcaran.</p>
<p>-Hombre, los asuntos de intereses, cuando son propios, sirven de distracci&oacute;n. Alguien llega... Me parece que es el perito agr&oacute;nomo. Ya tienes para un rato.</p>
<p>-&iexcl;Para un rato de infierno!</p>
<p>-Hola, hola, si no me enga&ntilde;o el t&iacute;o Licurgo y el t&iacute;o Paso-Largo acaban de entrar. Puede que vengan a proponerte un arreglo.</p>
<p>-Me arrojar&eacute; al estanque.</p>
<p>-&iexcl;Qu&eacute; descastado eres! &iexcl;Pues todos ellos te quieren tanto!... Vamos, para que nada falte, ah&iacute; est&aacute; tambi&eacute;n el alguacil. Viene a citarte.</p>
<p>-A crucificarme.</p>
<p>Todos los personajes nombrados fueron entrando en la sala.</p>
<p>-Adi&oacute;s, Pepe, que te diviertas -dijo do&ntilde;a Perfecta.</p>
<p>-&iexcl;Tr&aacute;game, tierra! -exclam&oacute; el joven con desesperaci&oacute;n.</p>
<p>-Sr. D. Jos&eacute;...</p>
<p>-Mi querido Sr. D. Jos&eacute;...</p>
<p>-Estimable Sr. D. Jos&eacute;...</p>
<p>-Sr. D. Jos&eacute; de mi alma...</p>
<p>-Mi respetable amigo Sr. D. Jos&eacute;...</p>
<p>Al o&iacute;r estas almibaradas insinuaciones, Pepe Rey exhal&oacute; un hondo suspiro y se entreg&oacute;. Entreg&oacute; su cuerpo y su alma a los sayones, que esgrimieron horribles hojas de papel sellado, mientras la v&iacute;ctima, elevando los ojos al cielo, dec&iacute;a para s&iacute; con cristiana mansedumbre:</p>
<p>-Padre m&iacute;o, &iquest;por qu&eacute; me has abandonado?</p>

{{Plantilla:Doña Perfecta}}

[[Categoría:Doña Perfecta|11]]